Treinta Historias en Abril (Cinco)


Vestido

Cada mañana al bajar te detienes de la misma forma, miras al frente, pones un mechón de pelo detrás de tu oreja… lo quitas rápidamente cuando recuerdas que te queda mal (cuando recuerdas la idea ilógica e insegura de que te queda mal). Te paras de la misma forma y lo contemplas… no entiendes de donde salen esas ganas e ilusiones, pero las tienes. Culpas a las novelas noventeras que veías de niña. Odias el papel de la protagonista, porque intuyes que su modo indefenso te condicionó a creer que mereces una realidad como la suya.

Inspiras un poco de aire, y caminas lento, hasta llegar a la esquina. Pasas todo el día encerrada, sonríes, socializas y cuando miras al cielo... Te preguntas cómo se sentirá la brisa marina a esta hora, a esta hora en un día “normal” de trabajo y no en vacaciones, cuando siempre está lleno de gente.

Las casi doce horas que “vives” encerrada pasan pronto, pero cuando logras volver a la esquina, ya no sientes deseo de nada… te detienes, inspiras más aire antes de subir las escaleras a ese pequeño espacio que compartes con tu silencio…
Inspiras más y ahí está de nuevo, blanco invierno… quieto, recordándote que deseas vestirlo pronto, no sabes por qué, pero intuyes que es por la protagonista noventera que se libraba de su prisión, una vez que vestía el suyo.

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